Soy un trueno que no tiene rayo. Que ruge furioso, que se defiende, que amenaza con romper el techo de tu casa. ¿De dónde vengo? Nunca, nadie me lo dijo. «Eres un trueno sin rayo —y mi padre se reía— un síntoma sin enfermedad, eso eres, hijo mío». Me manifiesto. Igual que lo haces tú en las calles. ¿Acaso tú tienes un motivo? Creo que sí. Un derecho por el que luchar, un principio que defender. ¿Tu dignidad? Yo, en cambio, solo soy ruido. No sé de dónde vengo y mi padre está ocupado. ¿Es él mi rayo? ¿El rayo que me precede? No dice nada y sigue mirando el televisor. No puede escucharme. También tiene un trueno muy grande en su cabeza que no le deja cuidar a nadie. Y tampoco tiene rayo. En realidad, somos dos indicios de nada. La única diferencia entre él y yo, es que yo sí sé que soy un trueno sin rayo.
Imagen: Maxim Grigoriev